Madre mía, hay que ver la de cosas tan raras que nos lleva a hacer la desesperación. En el caso de algunos ello se traduce en «comerse» a cualquier gachí que pillan por ahí en un bonito sábado noche y en mi caso concretamente se traduce en el hecho de tragarme cualquier película con una carátula chocante y título chungo de cojones. Y claro, con semejante criterio tan sumamente acojonante es normal que tras acabar de ver el film me mire al espejo, meta la cabeza debajo del grifo y acabe preguntándome: «¿Pero porqué he tenido que ver esta puta mierda?»…
Pues bien, este momentazo tan dramático digno de premio Emmy es lo que he vuelto a hacer una vez más tras el visionado de este film al que dedico la reseña de hoy. Seguro que muchos os preguntaréis que de dónde cojones saco estas paranoias, si me llevo una buena comisión por ver estas cosas o si lo hago para impresionar a alguna extranjera, a lo que sólo puedo responder que no tengo ni puta idea de porqué no escarmiento de una vez y me alejo de estas pelis chungas como el que se aleja de un sifilítico que viene a estrecharte las manos tras acabar de mear sin lavarse las manos…
Sobre su argumento diremos que nos pone en el pellejo de un grupo de investigadores de lo paranormal, que en 2010 viajaron a Chicago con la intención de filmar un documental sobre el asesino en serie llamado Richard Speck, que hace 45 años se cargó brutalmente a varias personas de su vecindario (pero vamos, que yo haría lo mismo en el mío con la panda de gilipollas que hay por aquí en el barrio). El caso es que existe una leyenda de que el espiritu sigue allí, y estos tíos «flipaos» de la tele tratarán de averiguar cuánto hay de cierto en esa aseveración.
Seguro que muchos de vosotros, tras leer el párrafo anterior, estaréis pensando que últimamente sólo ruedan mierdas de este jaez en las que un grupo de gilipollas se meten a rodar de noche en algún lugar chungo, tétrico y oscuro con la intención de encontrar espíritus o actividad paranormal y al final todos ellos salen escaldados. Pues bien, este film es otra muestra más de la falta de ideas en el género de terror, pues será otro de esos Mockumentary o falso documental que trata de venderte la moto haciéndote creer que todo lo que vas a presenciar ha ocurrido en realidad y lo que estás viendo es una composición y un montaje de los trozos de cinta encontrados en el lugar del suceso.
Ciertamente se trata de un largometraje que no aporta nada nuevo y que encima la cámara te deja medio gilipollas con tanto meneo y tanta oscuridad. Además se tiran mucho tiempo dando vueltas sin que pase nada, pues una cosa es tratar de crear sensación de que va ocurrir algo y otra cosa es ver una a una panda de gilis dando vueltas por un sitio chungo sin que acontezca absolutamente nada (como mirar una puta pecera, vaya). Eso por no hablar de la jodía visión nocturna de la cámara, tan recurrente en este tipo de films, que le otorga a la película un aspecto de Gameboy por momentos.
En definitiva, si tienes dos dedos de frente y no quieres desperdiciar 84 minutos de tu vida, que bien podrías emplear en irte por ahí a perseguir falducones, aléjate de 100 Ghost Street: The Return of Richard Speck. Para eso te tragas Grave Encounters, que tiene un argumento prácticamente similar y al menos esta sí tiene sus ratejos de tensión. En cambio este film sólo vale para recomendárselo a alguna ex tuya que te haya tocado muchos los cojones y quieras putearle las neuronas con cine chungo del malo