La verdad es que cuando escuché por primera vez el título de este film me recordó la época en la que jugaba con mis coleguillas al fútbol-sala en la liga municipal de mi localidad, pues nos dejaban muchas veces a cero puro (y duro). Sin embargo, poco tiempo después me enteré de que se trataba del último film protagonizado por el bueno de Hugh Jackman, ese buen mozo al que las tías admiran porque está cachitas y macizorro y a los tíos nos cae bien por ser Lobezno.
Además este largometraje me atraía también por su temática pugilística, pues desde hace ya algunos meses me he viciado en Marca TV con el programa de Boxeo de Leyenda y hay que reconocer que en algunos de los combates que ponen se ven unas pedazo de hostias con las que uno se pregunta cómo esa gente no se arranca la cabeza con las cacho de «guantás» que se pegan. Así que como me llamó la atención esta idea de robots boxeadores, qué menos que jugársela a ver qué se cocía en el film y comprobar si la cosa prometía…
Acero Puro es un drama de ciencia-ficción (por así definirlo) que se desarrolla en una época en la que los robots han sustituido a los boxeadores de carne y hueso, por el simple hecho de que pegan mejores hostias y aguantan más (y todo lo que sea carnaza para el populacho vende). Y es que la gente quiere más espectaculo, más agresividad y más violencia, de ahí que los boxeadores humanos fueran desplazados por las máquinas.
Nuestro protagonista (Charlie Kenton) es el típico perdedor que ha fracasado en la vida, tanto en su carrera de boxeador como en su matrimonio. Por azares del destino, se quedará al cuidado de su hijo de 11 años del que se desentendió tiempo atrás. Sin embargo, ahora la vida le dará una nueva oportunidad para redimirse de todos sus errores del pasado, entrenando junto a su hijo un robot sparring que no era más que chatarra, pero del que conseguirán hacer una auténtica máquina de dar hostias.
Salvando las distancias, he de confesar que el argumento me recordó un poco a aquel episodio mítico de Los Simpson en el que Homer se mete a boxeador y va subiendo puestos desde los escalafones más bajos hasta pelear contra el campeón mundial, gracias a su manera de encajar hostias como panes. Pues algo parecido es lo que hará el robotito de este film, aunque en este caso más que por el don que tenía Homer lo conseguirá más bien gracias a la extrapolación de un estilo de lucha y un espíritu de entrega más cercano a los humanos que a las máquinas, el cual conseguirán imprimir en él nuestros protagonistas de un modo muy peculiar.
De todas formas, he de decir a todos aquellos que crean que el film (en sus casi dos horas de metraje) es una ensalada de guantazos sin parar, que están muy equivocados. Las peleas aparecen con cuentagotas, pues la película se centra sobre todo en el tema de la reconciliación de un padre con su hijo a través de esa afición común que les une (con lo cual podéis ir a verla con vuestras novietas argumentando que en ella hay un componente dramático en plan peli de las sobremesas de Antena3).
Lo que personalmente me resultó muy típico y manido fue ese combate final en el que al robot de nuestros protagonistas no sabía ni por dónde le caían las hostias al principio, pero que en un alarde de resistencia y valor se sobrepone como puede con una voluntad de hierro (ya sabéis, lo típico de estas pelis para ensalzar el coraje y el pundonor). De todas formas, espero que ningún boxedor «flipao de la vida» que vea este film quiera emular la hazaña del robotito y le dé por encajar las hostias como hacía él, porque le pueden reventar la cabeza.
Por tanto, Acero Puro podría definirse como la versión robótica de Rocky Balboa, donde estará presente la moraleja habitual de este tipo de films de que con una voluntad de hierro y un espíritu de entrega se puede conseguir lo que sea (robots incluidos). Y sobre todo es un alegato en favor del factor humano frente al tecnológico, pues ciertamente las máquinas nos están robando cada vez más nuestra propia identidad. En definitiva, un film que mezcla drama y puñetazos dentro de un contexto de ciencia-ficción y peleas futuristas, que sin ser nada del otro mundo y sin aportar nada nuevo a las películas de boxeo entretiene y poco más. Por cierto, yo eché en falta a Michael Buffer con su famoso grito de Let’s get ready to rumble.
A este sí que me lo llevaría yo a casa, este lobito seguro que me pasa hasta la aspiradora…