Hace demasiado tiempo que no pasaba por esta ilustre casa para plasmar mis pensamientos sobre los videojuegos que voy catando. Esto está muy triste, sólo nuestro fiel Argos da el do de pecho y consigue que este blog no se hunda. Quizás por vagueza, por falta de tiempo o simplemente porque ningún juego despertaba en mí la urgencia de hablar sobre él. Pero por suerte durante estas últimas ofertas navideñas de Steam me hice con varios juegos que muy posiblemente me obliguen a pasarme por aquí con más asiduidad. Y qué coño, qué también uno lo echa de menos. Dejémonos de ñoñerías sensibleras y vamos al lío. Esta vez vengo a comentaros qué me ha parecido The Witness (en su versión de PC), diseñado por Jonathan Blow, creador del magnífico Braid.
No hay nada mejor para disfrutar de The Witness que no tener ni remota idea de lo que trata el juego, por ello no voy a comentar nada sobre su argumento ni de la misión que tendremos en la preciosa isla en la que se sitúa. Algo me decía que este juego tenía algo especial y por ello no quise mirar ni análisis, ni fotos, ni vídeos que pudieran arruinarme la experiencia. No me arrepiento. Nada más comenzar nuestra aventura se nos dejará claro que nuestro principal objetivo será el de solucionar centenares de puzzles repartidos por la geografía, distribuidos por los distintos biomas de los que se compone la isla en la que nos encontramos.
Pero aún cuando los puzzles son la puta polla en verso (perdón por la expresión, pero es que en serio que algunos son la polla), diría que lo que realmente transmite The Witness son sensaciones. Vaya mongolada, pensarás. Déjame que te cuente cómo ha sido mi experiencia, a ver si puedo describir con palabras cómo me he sentido al jugarlo. Lo primero que golpea en tus ojos cuando descubres la isla que te rodea es la belleza el entorno. En serio, todo es realmente bonito. Los colores llamativos se mezclan creando zonas que son preciosas a la vista y no es extraño que te sorprendas disfrutando del paisaje y sacando fuego a la tecla para hacer capturas. El ritmo pausado del juego anima al jugador a recorrer y perderse por todos los rincones de la isla, no sólo para desentrañar sus secretos, sino también para maravillarse por sus formas y coloridos.
La sensación de estar más perdido que Falete en un NaturHouse será otro de los efectos que causará sobre nosotros The Witness. El juego no proporciona ninguna ayuda sobre cómo solucionar estos puzzles, ni da demasiadas pistas (o al menos yo no las veía) sobre el significado que tienen los diferentes iconos de éstos. Será nuestra intuición y nuestra perseverancia la que nos hará comprender la lógica de dichos acertijos. Cada vez que nos encontremos con un nuevo tipo de rompecabezas nos tocará volver a pensar sobre qué lógica seguir para dar con su solución. Para aquellos que tienen una mirada analítica y son amantes de los puzzles, The Witness supone una tela de araña de la que es difícil escapar. Cada sucesión de puzzles comienza con varios que son lo suficientemente sencillos como para permitirnos comprender la lógica de cómo solucionarlos. El juego nos deja probar pequeñas dosis hasta que llega un momento en el que nos damos cuenta que llevamos treinta minutos intentando solucionar un puzzle. No desestiméis el uso de un cuaderno de cuadrícula, el móvil para sacar fotos o cualquier cosa que os permita analizar los puzzles pausadamente.
Relacionado con el anterior párrafo, podríamos hablar de misterio y curiosidad. Dos palabras que van muy unidas y que The Witness sabe cómo usar para tenernos pegados frente al monitor durante horas. La información que se nos da es confusa y a cuentagotas, salvo por algunas grabaciones que iremos encontrando repartidas por los escenarios. Esto potencia la necesidad de querer saber qué demonios es esa isla, qué sucede allí y por qué estamos nosotros en ella. Qué son todas esas formas de las que parecen estar constituidas todas las estructuras de la isla. Qué significado tiene todo lo que nos rodea. Qué nos hemos dejado por el camino. Sinceramente, algo me dice que incluso con el tiempo se irán desentrañando muchos de los misterios que guarda The Witness en su interior.
¿Cuantas veces habré tirado la toalla con alguno de los puzzles después de estar minutos intentando dar con su solución? ¿Cuantos bocetos he dibujado en mi cuaderno intentando hacer coincidir figuras o hacer que la dichosa línea llegue a su destino? Me he sentido muchas veces frustrado. He desistido en más de una ocasión y he decidido centrarme en otros puzzles con el sentimiento de derrota en el cuerpo. Pero qué bien sienta cuando otro día vuelves a ese dichoso rompecabezas y terminas por vencerlo. ¡Qué sensación, te sientes como un puto hacker, coño! ¡No hay nada como el sentimiento de superación y sentirse el puto amo!
«¡No me lo puedo creer, qué puta maravilla!» podría ser una de las expresiones qué más he dicho mientras he jugado a The Witness. Pocos juegos me han asombrado como lo ha hecho éste. Me he maravillado con la forma de solucionar algunos de los acertijos, de cómo cojones he podido llegar a esa conclusión y de lo puto cracks que son los que han diseñado semejante locura. No quiero contar nada por no joderos la experiencia, pero es palpable el mimo que se ha dedicado al diseño de niveles. Una jodida obra maestra.
No es de extrañar que The Witness se colase en muchas de las lista de los mejores juegos de 2016. Me ha encantado y ha dejado en mí la sensación de que sigue habiendo misterios por resolver en ese paraje paradisíaco. Si me disculpáis, voy a perderme algunas horas más por allí…