No soy muy dado a escuchar la radio, pero de vez en cuando mientras me acicalo el careto por las mañanas (pues este jeto no se arregla solo y menos recién «levantao») me da por ponerla a ver qué se cuece por las ondas. El caso es que hoy me he acordado de una cosa que escuché hace unas semanas en el «Anda ya» en lo de las movidas esas de las bromas telefónicas de San Bernardino. Bien es cierto que en este blog nos mola todo eso de las bromas y los vaciles siempre y cuando la cosa no degenere en putada. Digo esto porque una cosa es echarse unas risas a costa de una vacilada, pero otra muy distinta es ya pasarse tres pueblos y putear totalmente a la otra persona. Y ciertamente esta broma a la que dedico el post (si se la puede llamar así) a mí personalmente me suscitó cualquier cosas menos gracia.
Insisto en que en este blog sentido del humor y afán por la gilipollería no nos falta, pero siempre dentro de unos límites en los que la cosa no degenere en cabronada. Pero es que esta «broma» telefónica que os adjunto, a mí personalmente me dio un montón de pena por la tesitura en la que ponen a esta pobre muchacha, dándola en donde más la duele: el cariño por su perro. Y eso que yo no tengo animales en casa (salvo mi hermano), pero la gente que sí tenéis perro o alguna mascota imaginaos cómo encajaríais algo como esto. Y es que hay ciertos puntos débiles de las personas en los que sería mejor no ahondar, y si se hace hay que saber cuando parar, hombre.
¿Ese que habla es San Bernardino? Le recordaba otra voz. Alguna que otra vez le escuché y me parecía un gilipollas de campeonato. De todas formas, el tío que llama es un retrasado mental, pero lo son más los cabronazos que han llamado al programa para gastarle la broma a la chica.
Lo peor de todo es que el cacho cabronazo la escucha llorar a moco tendido y no cortan… No sé, a mi no me molan un cacho esas bromas.
PUTADA, no tiene ni pizca ni gracia, ni siquiera al escucharlo, panda de gilipollas los de los 40 criminales.
Todo vale a la hora de conseguir oyentes…, supongo.