Sí bueno, para corredor un menda de aquí del barrio al que un buen día su querida novia le dijo que estaba embarazada, salió pitando por patas y nunca más se volvió a saber de él. El caso es que nosotros siempre hemos pensado que todo lo que suponga dar más de 12 pasos seguidos es un puto casancio de cojones (y si se trata de correr ya ni te cuento). Pero si son otros los que corren eso sí lo toleramos y por ese motivo nos acercamos al cine este pasado finde a ver porqué se daban esas «pechás» a correr esta gente.
Y es que desde aquel mítico film titulado Corre, Lola, Corre no veíamos a un prota de una peli corretear en plan jamelgo «desbocao» y levantando una polvareda casi similar a la de una manada de ñus perseguidos por leonas hambrientas. El caso es, amiguitos, que hoy por hoy está de moda adaptar a la gran pantalla novelas o libros que han tenido cierto éxito y en los que los protagonistas son jovenzuelos que las han de pasar canutas en entornos hostiles o contextos que les llevan a tener que madurar de forma inminente. Si ya vimos estas premisas en Los Juegos del Hambre o Divergente, ahora la veremos también en El Corredor del Laberinto…
Para el que no tenga ni guarra sobre el argumento de film diremos que nos pondrá en el pellejo del joven Thomas, quien un buen día despierta en un lugar rodeado de altísimos muros con dos portones, que todas las mañanas se abren y dan paso a un inmenso laberinto. De noche, las puertas se cierran y por el laberinto circulan unas criaturas llamadas laceradores. Todo lo que ocurre en ese extraño lugar sigue unas pautas: al abrirse las puertas, algunos chicos salen a correr al laberinto para buscar una salida. Una vez al mes, el ascensor sube con un nuevo chico, nunca una chica… Hasta ahora. Tras la llegada de Thomas, suena una alarma y el ascensor trae a otra persona. Es una chica, y en la nota que la acompaña pone: «Ella es la última. No llegarán más». Las cosas empezarán a cambiar y lo único en lo que Thomas podrá pensar es en lo mucho que desea ser un corredor.
No sé si a muchos os habrá pasado como a mí, que en los instantes iniciales de la película todo este meollo me trajo a la cabeza la mítica The Cube, aquel film del año 1997 en el que un grupo de individuos despiertan en un extraño lugar sin saber cómo coño han ido a parar allí, con un montón de preguntas sin respuestas y en un contexto la mar de chungo en el que para poder salir vivos han de arriesgar su vida en un entorno la mar de peligroso. Si en aquella película ese lugar era una terrible estructura cúbica, cuya ubicación cambiaba de forma constante, aquí será un laberinto bastante tenebroso y en el que la dificultad para encontrar la salida es mayor que la de aquel mítico juego de Amstrad CPC 464 titulado La Abadía del Crimen, que si no tenías los mapas de la Micromanía estabas bien jodido.
El caso es que toda esta premisa argumental da pie a uno de esos films de naturaleza distópica en el que se nos cuenta una curiosa historia de supervivencia, en el que sin necesidad de recurrir a una sucesión constante de secuencias de acción se nos narra un bastante entretenido argumento que mantiene un buen ritmo a lo largo del metraje y que está aderezado por las buenas interpretaciones de los jóvenes protagonistas que por aquí pululan. Eso sí, a modo de curiosidad (y parafraseando a cierto colega mío) este largometraje es un «campo de nabos» del copón, pues salvo una chavala que de buenas a primera aparece en todo este «tinglao» en plan Pitufina y una tía viejuna con cara de cabrona que sale al final, no veréis a más féminas aparecer por aquí.
Además la cinta consigue mantener el interés del espectador planteando multitud de preguntas sobre la extraña situación de los protagonistas: qué es el laberinto, quiénes son los laceradores y cuál es la misión de esos llamados «corredores» en esta peculiar sociedad en la que cada individuo tiene una determinada labor. Por cierto, mención especial para el actor Dylan O’Brien, el protagonista de todo este «sarao» y al que seguramente dentro de poco veremos en algún que otro film, pues hay que reconocer que el chaval no lo hace nada mal. ¡Ah!, atentos también al actor Blake Cooper, que a mí en todo momento me recordaba al niño gordaco aquel de Los Goonies (un crack el jodío crío).
En definitiva, queridísimo lector, que si en su día disfrutaste con las antes mencionadas Los Juegos del Hambre o Divergente, que adaptan en la gran pantalla argumentos de literatura juvenil, no estaría de más que echaras un vistazo a El Corredor del Laberinto. Un entretenido thriller de ciencia-ficción repleto de enigmas, conflictos y facciones que se irán formando para tratar de sobrevivir a esta terrible situación en la que se encuentran los protagonistas. Además ese final abierto te deja con bastantes ganas de seguir conociendo las vicisitudes de estos «corredores» en la próxima entrega. Lo dicho, échatela un vistazo, que está curiosa…