Sí bueno, para injusticia supina la de las lagartas esas que van buscando enganchar a un pobre pardillo al que sacarle los cuartos, la casa, el coche, el reloj de oro del abuelo y la pulsera de diamantes de la abuela. Pero hoy no queremos hablar de lagartonas de esas que te aperruchan en menos de lo que canta el gallo kiriko, sino sobre un tomo de DC comics que he leído muy recientemente y del que he de reconocer que siendo marvelómano hasta el ojete me ha encandilado cosa mala.
No sé si os he dicho que uno de mis buenos propósitos de este año (a parte de dejar de esnifar pegamento) es el de tratar de leer más cosillas de DC. Sí, yo soy uno de esos que de esta editorial ha leído las cosas básicas de Batman o de Superman y alguna que otra cosilla más por el qué dirán. Así que este añazo me he propuesto paliar un poco esta mofa, afrenta y escarnio tratando de aumentar mi cultura comiquera y sobre todo para que cuando la gente me vea por la calle no me señalen ni me digan cosas como que por ahí va el cacho gilipollas ese que no lee DC. Y mi primera elección para cumplir este buen propósito ha sido embarcarme en la lectura de una saga de la que siempre ha escuchado buenas palabras: Injustice.
Como a cualquier friki de los videojuegos, me sonaba este título por haber visto algún que otro vídeo o reseña sobre él, aunque he de confesar que los juegos estos de lucha de uno contra uno no son santo de mi devoción. Ni siquiera el hecho de estar protagonizado por superhéroes me atraía lo suficiente como para comprarlo y liarme a repartir ostiazas en mi nueva tele de 40 pulgadas. Sin embargo, un buen día me topé con una reseña comiquera que hablaba sobre la adaptación en cómic y eso sí que suscitó mi atención, cual viejo verde que se pispa que a la piba que va andando por delante de él se le transparenta todo el tangazo.
Además he de confesar que siempre he sido fan de las historias alternativas tipo What if? de Marvel o Elseworlds, donde los guionistas pueden salirse un poco de los patrones establecidos, hacer prácticamente lo que les salga del ojete con los personajes y ponerlos en situaciones que serían impensables de ver en sus series regulares. Es por ello que la premisa de la que partía este cómic me inquietó bastante la primera vez que la escuché, al situarnos en un mundo lleno de caos y conflicto, en el que al Joker se le pira la pinza, arma un pifostio en Metropolis y acaba con la vida de miles de personas (incluida la de alguien muy cercano al Supes). Dicho acontecimiento desata la furia de éste y decide establecer un régimen supremo con mano dura en el planeta Tierra para evitar desgracias como estas.
Como es de suponer, algunos héroes ven en esto un comportamiento un tanto fascista y dictatorial de quien alguna vez fuera el símbolo de justicia y libertad (por el hecho de tratar de imponer su voluntad en el mundo). Y será justamente aquí cuando otros vigilantes entrarán en acción, rebelándose y teniendo como líder de la insurrección a la contrapartida del hombre de acero: Batman. Ni que decir tiene que todo este argumento es algo así como una especie de popurrí de influencias de cómics tales como la Civil War (en el sentido de viejos amigos y camaradas enfrentados por posturas contrapuestas) o del Escuadrón Supremo de Mark Gruenwald, en el sentido de que aquí también veremos a muchos héroes que no aceptan la idea de un mundo sin caos ni guerras si ello supone anular el libre albedrío de las personas (incluso de hecho los papeles de Superman/Hyperion y de Batman/Halcón Nocturno son casi prácticamente idénticos en ambas historias).
Todo ello da lugar a uno de esos cómics palomiteros de argumento muy simple pero efectivo si lo que buscas es una lectura entretenida y repleta de momentazos espectaculares, extrañas alianzas, un Superman desatado por momentos, muertes inesperadas o batallas épicas entre los superhéroes de DC. Tanto es así que en mi próxima visita a la tienda me haré con el segundo tomo que recopila el resto del Año uno y luego ya veré qué hago (si la sigo en grapa o me espero a una nueva reedición en tomo de los años posteriores). Eso sí, si hubiera que ponerle un «pero» sería el baile de dibujantes constantes, con algunos bastante potables y otros que no valen ni para tomar por el ojete (pero vamos, que no todo podía ser bueno)…