La verdad es que esto de las tardes frikis de los lunes es algo que se nos está yendo de las manos. Vale que seamos unos putos ansias de mierda y nos liemos ahí a zampar Doritos y Ruffles cual guarra de peli porno que se zampa los rabos «doblaos». Vale también que nuestra habilidad para jugar al Fifa sea equiparable a la de dos mongolos tratando de hacer un sudoku. Pero lo que no tiene nombre es el film que me hizo ayer tragarme el nunca bien ponderado Kiko, en lo que yo considero un atentado contra mi bienestar y un intento en toda regla de atrofiarme las pocas neuronas que me queden con el fin de dejarme más gilipollas de lo que estoy ya.
Y es que cuando este muchacho me dijo el título de la película elegida para el visionado de la tarde friki de ayer, yo no pude menos que acordarme de la famosa clínica en la que parieron las infantas y por un instante incluso llegué a pensar que me iba a poner los mejores momentos del parto de Felipe Juan Froilán de Todos los Santos. Sin embargo, tras ver el film, casi que hubiera preferido ver esto que semejante peli, porque madre mía…
Lo más curioso de todo es que este muchacho intentó venderme la moto diciendo que este largometraje había sido proyectado en el festival de Sitges del 2010 y bla, bla, bla. Y claro, yo que soy más impresionable que un monaguillo en un top less, fue escuchar la palabra Sitges y ya se me obnubiló la mente pensando: «¡Ah bueno, entonces no será un pufo!». Pues bien, a ver cómo explico esto que quiero decir a continuación… ¡No es que la peli sea mala, sino que es algo peor a que si me hubieran atado por la lengua al tubo de escape de un coche y me hubieran arrastrado por un campo de cristales rotos!.
Y es que mientras le daba vueltas al coco a la hora de ponerme a escribir sobre esta reseña, lo primero que pensé fue en no decir ni «mú» sobre su argumento, por si algún tío con temple torero se atrevía a meter mano a este film movido por la curiosidad morbosa. Pero luego cambié de opinión y pensé que no advertir al gentío sobre a lo que se exponen si ven esto sería un gesto de mala persona, por el hecho de que puedes desperdiciar 80 minutazos de tu vida que bien podrías emplear en irte por ahí al campo a coger setas o a perseguir falducones. Y es que querido lector, el argumento de Rubber trata sobre nada más y nada menos que de un neumático asesino con poderes psíquicos que va rodando por la vida reventando la cabeza de todo «perro pichichi» que se cruza en su camino.
Eso sí, a pesar de la tomadura de pelo que esto pudiera parecer dicho así en frío, hay que decir en su favor que al principio del film uno de los protagonistas se dirige al espectador (usando el recurso conocido como «romper la cuarta pared») y nos pone sobreaviso de que la intención de Rubber es ser un homenaje a lo bizarro, a lo absurdo y a la sinrazón. Y claro, si después de que te avisan sobre la mierda que estás a punto de visionar, coges y continúas viéndola es algo comparable al famoso dicho aquel del tonto que sigue la linde.
Ciertamente creo que si el argumento de Rubber se hubiera planteado como un cortometraje de unos pocos minutos, la cosa podría haber resultado chocante e incluso hasta divertida (pues he de reconocer que los primeros instantes de la película resultan bastante curiosos y entretenidos por esa curiosa mezcla de terror y humor que tiene, donde una simple rueda hace el papel de asesino en serie). Pero es que usar ese argumento para rellenar un largometraje de casi hora y media acaba resultando todo demasiado repetitivo y surrealista por mucho homenaje a la sinrazón que esto trate de ser. Supongo que ese es el motivo por el que Rubber fue vituperada, atacada y menospreciada en su día por todos aquellos que no disfrutaron de ella como una película que rinde homenaje pleno a lo absurdo. Habrá gente a la que le haya resultado un film original y curioso cuanto menos, pero a mí personalmente me resultó rara de cojones hasta el punto de dejarme «to piruleta»…
Imitando al poli del principio ¿Porqué se han gastao los cuartos en un truño como este? «No fucking reason…»