Hace unos pocos años el sello MAX de Marvel para lectores adultos era un filonaco en el que proliferaban personajes de segunda fila de la editorial. Uno de ellos es el conocido como Shang-Chi, no el ex-central del Real Madrid, sino el personaje creado en los años 70 de la mano de Steve Englehart y Jim Starlin. Y es que esa fue una década fructífera no sólo para este personaje, sino también para otros tales como Puño de Hierro o Los Hijos del Tigre, pues aquella era una época en la que estaban de moda las películas orientales de Kung fu (sobre todo las de Bruce Lee) y la famosa serie de David Carradine. Además hubo una proliferación de la filosofia oriental, del Tai Chi, del budismo y de las academias de artes marciales.
Como es de suponer, Marvel se acopló a aquella moda y de ahí la creación de todos esos mencionados personajes. Pero vamos a centrarnos en la figura de Shang-Chi y sobre todo en la etapa de Moench y Gulacy, que fueron el equipo artísitico que hicieron grande al personaje. El caso es que 30 años después esta dupla se volvió a reunir para traernos esta nueva aventura de Chi.
Ciertamente yo me la jugué con esta compra en su día, pues francamente Shang-Chi es un menda que me la trae floja y que creo que está ahí de paquete. Como digo, me hice con esta miniserie de 3 números dobles un poco por ver cómo habían adaptado a este personaje a los nuevos tiempos, y ciertamente he de reconocer que (sin ser nada del otro mundo) me sorprendió gratamente. Y es que desde los compases iniciales se respira un aire a película de espías a lo James Bond con todo ese tema del MI6 y del malo de turno (el Conde de Saint Germain) con un maquiavélico plan para destruir el mundo y hacer resurgir un nuevo orden de sus cenizas. Para ello se servirá de las artimañas y del culto de asesinos del odiado difunto padre de Shang-Chi.
Y será justamente aquí donde se encuadra la presencia de nuestro protagonista en la trama, cuando un viejo conocido de Chi (el agente Clive Reston del MI6) le pide que abandone su retiro espiritual y le ayude en esta misión de desbaratar los planes de Saint Germain. Al principio nuestro protagonista es un poco reticente a ello, pero pronto cambiará de opinión cuando sepa que su antiguo amor (la agente Leiko Wu) está prisionera de las garras de ese villano.
A partir de aquí el cómic entra en una dinámica muy entretenida con la que creo que disfrutarán los amantes de las artes marciales y de las pelis de espías y agentes secretos (yo al menos me lo he pasado bastante bien con su lectura y por el ritmazo que tiene). Además a lo largo de la historia se desarrolla un buen rifi-rafe entre nuestro grupo de protagonistas y los jóvenes impetuosos del MI6 (Spetz y sus comandos Omegas), un cabrón muy duro que en vez de colaborar con Chi y sus colegas quiere llevarse él toda la gloria a través de sus rudos medios.
Además todo ello está aderezado por un buen tramo final con el enfrentamiento entre Chi y su némesis (un tal Sombra Veloz) el único con una técnica capaz de poder presentarle un reto a nuestro protagonista. Ciertamente es una buena lucha entre ambos, con una parte final muy cinematográfica donde se intercala por una parte (de una manera muy emocionante y peliculera) esta pelea de Chi contra este terrible enemigo, y por otra parte la labor de los compis de nuestro héroe para abortar los malvados planes del maloso de turno.
En definitiva, Maestro de Kung Fu puede ser un título que así a priori suene a paranoia del copón, pero por mi parte he de decir que me ha resultado una lectura muy a tono con ese tipo de films de 007 y con la única pretensión de entretener (y desde luego que lo consigue). Y es que ciertamente es un cómic repleto de acción, tiros, patadas, puñetazos (hostias como panes, vaya), planes para dominar el mundo, agentes secretos, conspiraciones, traiciones, asesinos entrenados, étc…, que le deja a uno con ganas de ponerse una cinta atada en la cabeza y salir a la calle a dar patadones en los huevos a lo Shang-Chi. Por cierto, muy buen dibujo de Paul Gulacy con su estilazo inconfundible, claro y detallista, y siempre tan cuidadoso en las «secuencias» de acción.