Cada vez que me acuerdo del hecho de que en su día abandoné esta serie por estar hasta los huevos de la forma de publicación ratonera que se marcó Aleta con ella, me dan ganas de atarme por la lengua al tubo de escape de un coche y que me arrastren por un campo de cristales rotos. Y es que después de haber vuelto al redil de la serie con la nueva edición de ECC, tras haber leído el sexto tomo, he de decir que hacía tiempo que un cómic de superhéroes no me hacía vibrar como un satisfier al que han tuneado con un nitro de esos como los que usa Toretto en su buga…
Había escuchado comentarios de gente que decía que Invencible es una serie que va in crescendo y subiendo cada vez más el nivel a medida que avanza. Y francamente, este tomo que nos ocupa en la mini reseña de hoy es toda una sacada de chorra del señor Robert Kirkman haciendo el helicóptero con ella en lo que al género de superhéroes se refiere. Y es que los niveles de epicidad, violencia, salvajismo y gore al que llegan los enfrentamientos entre estos seres ultra poderosos es algo que solo podríamos soñar ver en Marvel o DC en algún Elseworlds, en algún What If…? o, como mucho, en alguna serie alejada de la continuidad (y seguramente tampoco llegaría ni mucho menos a estos niveles). Señores, Invencible es una serie que engancha más y más con cada tomo que lees. Cuando mucha gente opina que es uno de los mejores cómic de superhéroes que se ha hecho (incluso para algunos el mejor), es por algo. Hacía tiempo que un cómic no me arrancaba un «Wualaaaa, chaval» según lo estaba leyendo. Si nunca has leído Invencible ya tardas (o al menos dale ahí a la serie de animación de Amazon, que es bastante fiel al cómic).