Retomo hoy la sección de reseñas de cómics para dedicar unas palabrejas a una miniserie de cuatro números publicada por la editorial Top Cow allá por el año 2002 (muchos de vosotros aún no habíais nacido). Se trata de uno de esos títulos que pasan con más pena que gloria por los kioscos y tiendas especializadas y sólo caen en manos de los más frikis del lugar. De todas formas he de decir que en su día me la compré un poco jugándomela en plan torero, porque fijaos qué ganazas la tendría que desde que me hice con ella (hace ya 8 añazos) aún no la había leído. Así que cuando el otro día me encontré estos números por ahí perdidos entre mi comicteca decidí que ya era momento de degustarlos.
Pasando ya a comentar la miniserie en cuestión hay que decir que el protagonista es un tipejo llamado Ramdon, un ladrón de guante blanco, briboncete y pendenciero, mujeriego hasta la médula, pero que realmente es el mejor en lo que se refiere a la noble disciplina de robar en museos o en colecciones privadas (el tío es el number one). Sin embargo, en uno de sus golpes robará una katana, con la que casualmente se corta accidentalmente en mitad del «trabajito» provocando que el espíritu de un antiguo samurai (Tannen Yojimbo) se meta en su cuerpo. Por tanto, a partir de aquí el cómic nos pone en la tesitura de que nuestro protagonista tendrá que convivir con ese espíritu del samurai dentro de su cuerpo.
Como es de suponer, el guionista (bueno mejor dicho «la guionista», pues se trata de Fiona Avery) no dejará pasar la oportunidad de aprovechar todo ello para desarrollar la idea del contraste de culturas entre Oriente y Occidente a través del antagonismo de mentalidades representadas por ese samurai (que se rige por las reglas, la disciplina, el honor y los códigos morales), y nuestro briboncete protagonista, que se pasa todos esos valores por el forro, no respeta a nadie ni a nadie y su única meta en la vida es el lucro personal a costa de quien sea y como sea. A mí todo esto me recordó un poco a lo ya visto en la película titulada El Último Samurai, donde se ahondaba magníficamente en todo ese contraste entre la disciplina y el honor de la cultura Oriental y la falta de ambas en lo que se refiere a Occidente.
Sin embargo, a pesar de que el cómic empieza bien durante sus compases iniciales y no desarrolla mal esa idea comentada del contraste de mentalidades de ambos protagonistas, pronto empieza a tomar unos derroteros en los que la cosa va perdiendo fuelle y no acaba de enganchar. Y es que poco a poco el argumento va degenerando en una historia de venganza por parte de ese samurai, que a mí no me resultó para nada interesante. Y es que personalmente creo que se podría haber sacado más jugo a la idea del choque de caracteres de ambos personajes con situaciones que les hicieran aprender más a uno sobre el otro y el porqué de sus motivaciones y costumbres.
En definitiva, No Honor me ha resultado una miniserie flojita y regulera que empieza bien pero poco a poco va perdiendo interés por todos lados. Un cómic sobre venganzas, comportamientos humanos y disciplina moral con (eso sí) un buen dibujo de Clayton Crain, al que no me cansaré de comparar con el estilo del genial Ángel Medina, aunque bien es cierto que no es tan exagerado en esas formas tan retorcidas de las que hacía gala este último.