Como un Hobbit de la comarca me dispongo a pasear por la fina línea que me separa de Mordor (y es que los pirineos es lo que tienen, son lugares entre un lado y otro). Pues bien, hay un sitio en la frontera que es digno de visitar, la Vall d’aran, un lugar donde todo parece mucho más verde.
Las vacaciones las prefiero hacer en septiembre, pero aunque sea el último en irme, todo se acaba. Sin duda la vuelta es dura, y si regresas de un lugar donde el gris de la ciudad se transforma en verde, el reencuentro con la dura realidad es mucho peor. Entre tanto bosque, algunas veces me da por visitar algún pueblo masificado. Los pueblos fronterizos con nuestro país vecino del norte son de lo más curioso, y el caso de Bossòst es digno de estudio sociológico.