Hubo una época en la que a la hora de disfrutar de una tarde de lectura tiraba siempre hacia el cómic americano con los superhéroes de toda la vida y de ahí no me sacabas ni ostiándome con un palo. Pero de un tiempo hacia acá (y aunque el otro colaborador de este humilde blog me llame «gafapaster» por ello), mis inclinaciones están yendo más hacia cómics de argumentos más currados, principalmente europeos, con temáticas más inquietantes, elaboradas y que, sobre todo, al final de su lectura y tras cerrar la última página te dejen reflexionando sobre lo que acabas de leer…
No te canses de caminar
A pesar de tener fama de prodigarme casi siempre dentro del noveno arte en géneros de gamberrismo sádico o macarradas tipo Garth Ennis o Mark Millar (no en vano llevo ocho tomazos de Crossed metidos entre pecho y espalda apenas sin despeinarme), de vez en cuando me gusta leer algo de personitas normales para equilibrar y no cruzar esa delgada línea invisible que me separa de convertirme en un “degenerao” loco de esos como los que se pueden encontrar en cualquier programa de Tele5.
Así que tras hacer mis pinitos en obras de Jim, el otro día me dio por comprar este pedazo de tomo de la editorial Dibbuks, el cual me gustaría recomendar a todo el mundo con estas líneas que le voy a dedicar. No en vano sus autores, Teresa Radice y Stefano Turconi, ya nos deleitaron con esa gran obraza como es El Puerto Prohibido, por lo que las expectativas puestas en este cómic eran altas. Y tras haberlo leído he de confesar que no se me caen los anillos en catalogar esta obra dentro de mi top de mejores lecturas del año, porque francamente es un cómic de esos que tras llegar a su final no puedes menos que reflexionar durante unos minutos sobre lo que acabas de leer…