Ya hemos comentado en alguna que otra ocasión que a la muchachada de este blog nos molan los portales. Y no sólo por el hecho de que tengamos la afición gilipollesca de escondernos en ellos para asustar a las niñas o que hagamos aquello de empezar a pulsar todos los botones del telefonillo a la vez para putear a los vecinos, sino también porque somos devotos del famoso videojuego llamado Portal.
Pero lo cierto es que seguramente lo que a muchos de vosotros os habrá llamado bastante la atención de la portada del tomo que nos ocupa en la reseña de hoy es el hecho de haber visto el nombre del gran George R.R. Martin en ella, ese ilustre gordito que tiene encandilado a muchos con su ya mítica saga de Juego de Tronos (o Juego de Tononos, como lo llama un buen coleguilla mío). Supongo que los más radicales pensaréis que lo único que ha maquinado la cabeza este tío en su puta vida ha sido esa obra y el resto del tiempo se lo pasa ahí tocándose bien el huevamen a dos manos. Pues no amiguitos, la mente del bueno de George da bastante más juego, y Portales es un claro ejemplo…