Después de una semana bastante puñetera en el trabajo, uno no hace más que pensar en la pedazo de siesta que se va a pegar el viernes por la tarde. Pero no una de esas siestas de quedarse dormido mirando la tele, no amigos, una de esas en las que te preparas a conciencia, te pones el pijama de franela y el gorrito con bolita, te metes en la cama y sobas cual jovenzuelo que se tira a sobar después de una borrachera del cuarenta. Eso mismo he hecho yo hoy amigos, casi tres horas de siesta, que me han hecho levantarme como nuevo. ¿Y por qué os cuento esto? Pues porque he tenido un sueño muy extraño…