En este blog aparte de ser grandes devotos de Bruce Campbell, si hay otro tío al que admiramos ese es George A. Romero (tanto que incluso durante un tiempo estuvimos yendo a ver torear a Curro Romero en la época en la que creíamos que eran familiares). Y es que ver clásicos como El amanecer de los muertos o El día de los muertos cuando se es un impresionable jovenzuelo es normal que al final le acabe a uno impactando ese tipo de cine y poco a poco se le acabe cogiendo gran cariño a las películas chungas de serie B.
Así que cuando hace unos días me topé en la tienda con este cómic me lancé a por él a lo Arteche con solo ver la portada y el nombre de George A. Romero en ella. Ni siquiera necesité hojearlo para convencerme de su compra (así de facilón soy, tomad nota de ello, chicas). El caso es que este sábado en la sobremesa me senté a degustarlo como se merecía, vestido de gala y sosteniendo un copazo de coñac entre los dedos. Y es que no hay nada mejor para hacer la digestión que un cómic de zombies donde las tripas y las vísceras vuelan a tutiplén.