Cuando algún amigo me habla alegremente sobre el género de desastres lo primero que me viene siempre a la cabeza es la oportunidad que perdí en su día de rodar un film cojonudo de estas características por no haber grabado nunca ningún partidillo del equipo de fútbol sala que tenía con los colegas hace unos años. Eso sí que era un puto desastre del copón con esa forma canallesca de tocar el esférico, esas tácticas ratonescas y esa forma pachorrera de jugar con aquel trote cochinero…
Pero gracias a los hados de los bosques no vamos a recordar aquellos tiempos bochornosos, sino que el desastre del cual vamos a hablar hoy tiene que ver con cierto film que me tragué este pasado finde. Dicen que quien tuvo retuvo, y yo personalmente creo que con los años retengo mazo líquidos y esa puta manía gilipollesca de dejarme impresionar por una carátula curiosa y un título resultón. Tontaco de mí pensé que una película titulada “Disaster L.A.” podría resultar cojonuda (y más viendo a esos engendros tan chungos de la portada que no tienen nada que envidiarnos a los chicos de este blog recién «levantaos»)…