La primera vez que te enfrentas a un juego recién instalado es un momentazo de tremenda incertidumbre. ¿Funcionará en tu PC bendecido por los Dioses con una incomparable potencia de un gritón de Hertzios?. ¿Te gustará?. ¿Repetirás?. Tras esos eternos instantes en que pulsas el enlace para arrancar el juego, modificas las opciones a tu gusto y ves el vídeo de introducción, empieza lo bueno. Hay que decir que aproximadamente la primera media hora es crucial para vaticinar si te gustará el título en cuestión. Lo primero que llama la atención, y lo que más entra por los ojos son los gráficos, luego el resto: el sonido, la jugabilidad, el argumento, étc...
Sin embargo, en algunos momentos, fruto del miedo, la tensión o quién sabe el por qué, se nos cruzan los cables e intentamos hacer cosas en las que no habían pensado los programadores, como intentar salir del mapa, o atacar a nuestras propias unidades a ver qué ocurre. Estas son las grandes «ideas» que yo tuve la primera vez que me enfrenté a algunos juegos…
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Quake
Llevaba más de media hora jugando, seguro. En uno de los primeros mapas (no recuerdo el nombre pero sería cuestión de investigar un poco), en el que había un puente muy por encima de un pequeño lago, cuando llegas a la zona inferior de dicho lago, súbitamente aparecen de entre las aguas una caterva de zombies con látigo a pocos metros. Yo, que no tengo afición por el sado, y salto enseguida en mi silla por cualquier ruido en juegos de aspecto lóbrego-tétrico (hay que añadir que juego a oscuras y con auriculares, para vivirlo más intensamente), no se me ocurrió otra cosa que seleccionar un arma más potente que la que portaba en ese momento, una simple recortada contra seres de ultratumba. Me decanté por el fusil de rayos. Lástima no haber recordado a tiempo las clases de física en las que aprendes que el agua es muy buena conductora de la electricidad. El resultado fue el esperado, el cuerpo del ‘ranger’ reventó en pedazos tras la descomunal descarga. Hubiera sufrido menos daño al salir con una cometa en medio de una fuerte tormenta.
Ghost Recon
El original, de alrededor de 2002. Eres nombrado el jefe de un pequeño comando que debe hacer una incursión en una base donde está atrincherado un narcotraficante (no recuerdo los datos exactos, pero improviso que te cagas). Las medidas de seguridad no son moco de pavo: francotiradores, centinelas y un buen muro. Los primos que vienen conmigo se mueven siguiéndome a donde yo vaya, como mi sombra. En un pequeño desnivel, junto a una pequeña cabaña se me ocurre una genial idea. Como en algunos juegos, el atacar a unidades amigas te convierte en su objetivo, quería probar hasta dónde llegaría su fidelidad ciega. Así que comento en voz alta que sospecho que tenemos un traidor. Acto seguido pego un tiro en la cabeza al que tengo más cerca. El resto ni se inmuta. Continúo el experimento y nada. Acabo con mi pelotón determinando que la inteligencia artificial del juego no estaba preparada para una mente tan privilegiada como la mía.
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Half-Life
Al principio del juego, un experimento fallido en una base militar provoca que aparezca una horda de alienígenas. Además de feos parecen dispuestos a hacerme puré, así que en cuanto tomo el control de mi personaje, accedo al inventario para elegir arma. La sorpresa es mayúscula cuando veo que estoy desarmado, lógico teniendo en cuenta que Gordon Freeman, el protagonista, es tan sólo un científico. Entonces empiezo a rebosar adrenalina y a sudar pensando que al doblar alguna esquina puedo toparme con cualquier cosa. Instintivamente avanzo por las salas pegado a las paredes, escondiéndome cual rata tras las cajas de un almacén y ocultándome como puedo con más miedo que un vampiro en un solarium. Tras un almacén llego a un pasillo, en el cual hay una oficina con ventanas de cristal. En el suelo veo una palanca de hierro ¡¡bingo!!. Es de esas que se usan para abrir los embalajes de las cajas grandes de madera, ligeramente curvada en uno de sus extremos y bífida. Ya no me siento tan vulnerable, más bien me siento fuerte, casi invulnerable. ¡Que me traigan ahora mismo a un tío feo de esos que va a saber lo que es bueno!. En un juego de tipo FPS (Flipas lo Perverso que puedo llegar a Ser), tener un arma en las manos te convierte en casi un Dios. Dispuesto a probar de lo que es capaz mi nueva arma, la emprendo a golpes con una máquina expendedora de refrescos que hay cerca (sí, ya sé que la estupidez humana no tiene límite). Al instante quedo fulminado por los miles de amperios recorriendo mi carbonizado cuerpo. Game over otra vez.
Si es que nunca aprenderé. ¿Y tú qué, no has hecho algo paranoico en algún juego?. Cuéntalo ya, llegó el momento.
Q
Que ideas más macabras…
jajaja, lo de la palanca y la máquina expendedora recuerdo habelo hecho yo también. Nunca me he sentido más seguro que con una palanca en la mano 😀
Buen artículo Inframan, espero con ansias tu análisis de juegos retro.